martes, 24 de noviembre de 2015

El coleccionista: ¿Puedo besarte?

            El semáforo cambia a rojo y comienza la odisea de cruzar sin tropezarte con alguien. Llega al otro lado y recibe un mensaje, a su colega le ha surgido algo y llegará tarde. Había quedado para unas cervezas, pero si Kike cuando es puntual se retrasa una media hora, no quería ni pensar lo que tardaría para haber avisado.
            Son casi las seis y el sol se quiere ir a dormir. Otro semáforo, otra lucha sin cuartel. Aparece en una plaza con estatuas de Don Quijote, donde hay personas corriendo y madres cansadas detrás de los críos que juegan sin abrigos.
            Pero entre tanta gente ve una chica en mallas y sudadera paseando a su perro. Le llamó la atención por que tenía toda la pinta de haber estado tirada en el sofá y le tocó bajar al perro.  Unas piernas kilométricas y esa sudadera tres tallas más grande que ella. Un pelo negro, brillante, y una sonrisa de medio lado cuando llama al perro y este sigue de largo.
            Seguro tendría más de una hora hasta esas ansiadas cervezas. ¿Conocerla o no conocerla? Recordó una frase que le dijo su padre hace muchos años con respecto a las chicas y el miedo al rechazo:
            -Tú, ve tranquilo, total, el no ya lo tienes.
            Se acerca despacio y oye como la chica llama spike a su perro. Le recuerda al de Tom & Jerry, aunque solo por el nombre. Este era... la verdad no sabía que raza era.
            -Spike era un bulldog.
            -¿Qué?
            -Spike, era el nombre del bulldog de Tom & Jerry.
            -Mmm... venia con ese nombre cuando lo adopté.
            La verdad es que de entrada era un poco seca, pero a saber las tonterías que le sueltan cada día.
            -Lo siento, soy Daniel y soy coleccionista.
            Eso despertó un poco su interés.
            -Si... y... ¿Qué coleccionas?
            -Pues, depende del día.
            -¿Hoy?
            -¿Hoy?, hoy me gustaría guardar tu nombre y este atardecer.
            Lo miró como si estuviera loco, pero aun así, le daba buen rollo.
            -Hay un mirador por aquí cerca, te invito un café y me ayudas a guardar este atardecer.
            Ella sabía a qué mirador se refería. Aceptó, más que por él, porque le pillaba de camino a casa. Caminaron unos minutos hablando de tonterías, él queriendo conocerla y ella intentando descifrarlo. Ella le veía una chispa, algo que le llamaba. Puede que fuera el punto medio entre su timidez y su seguridad, la fluidez de sus palabras o quizás su forma de ver la vida. Se sentaron en un banco, entre risas y miradas curiosas se les había olvidado el café, pero no parecía importarle a ninguno. Le ofreció un cigarrillo.
            -¿Fumas?
            -Sí, pero solo no me sienta muy bien-dijo sonriendo.
            -Me gusta mucho esa canción, pero no tengo nada para aliñarlo.
            -No todo puede ser perfecto.
            -Ni falta que hace.
            -Cuéntame de tu colección, me tienes intrigada.
            -¿Sales con alguien?
            -No. ¿Por?
            -¿Te parezco atractivo?
            -Eso a que viene.
            -Solo responde... venga.
            -Jajaja, no estas mal.
            -Y ¿Puedo besarte?
            Le soltó mientras se acercaba. El roce de sus labios le tomó por sorpresa y mientras ella  intentaba reaccionar, se dio cuenta de que no podía, quería dejarse llevar. Fue un beso suave, tierno, como de cuento de hadas. Se separaron unos centímetros y él le mira a los ojos mientras suspira con su sonrisa de niño malo, ella sigue sin entender nada pero se la devuelve.
            -Por esto vivo, esto es lo que colecciono. Los nervios de conocerte, el miedo al rechazo, este primer beso y la alegría de no llevarme un guantazo. ¿Hace cuánto que no vivías algo así? Apenas vivimos, nos perdemos estas cosas por seguir de largo cuando vemos una oportunidad o ni siquiera la vemos por estar pegados al móvil. Estos sentimientos y estas sensaciones son mi tesoro. Créeme, la calle está repleta, solo hay que empezar a recogerlos y serás más rica que cualquiera.
            El sol se había puesto y el pelo le brillaba a la luz de las farolas, o por la ropa chillona de los “runners”, no estaba seguro.
            -Me llamo Lucía-dijo entre dientes mirando al suelo.
            -Ha sido un placer conocerte Lucía.
            -¿Y ahora?
            -¿Ahora? Lo que quieras.
            -¿Lo que quiera yo?- Su mirada se perdía intentando entender.
            -Yo quería tu nombre y este atardecer. ¿Qué querías tú?
            -La verdad, llegar a casa. Pero ahora no lo sé.
            -Pues vamos, te acompaño y de camino vas pensando en que más quieres.
            Se pusieron de pie y caminaron entre los árboles, fuera del camino que parecía una autovía en hora punta. No entendía que le había dado a la gente por correr.
            -Es muy tranquilo.
            -¿Qué?
            -Tu perro digo.
            -Y… ¿eso a qué viene?
            -Es que no me gustan los silencios incómodos.
            -Lo siento, es que no me sale nada.
            -Tranquila no busques que decir. Para mí, esa es la diferencia entre un silencio incómodo y compartir un silencio.
            Caminaron los tres hasta que ella paró en un portal.
            -27-dijo el con cierta melancolía.
            -Sí, aquí vivo.
            -Entonces… ¿Qué más quieres?
            Su móvil comenzó a sonar, pero ella solo podía oír su corazón que se le quería salir del pecho, las piernas le temblaban tanto que pensaba que se iba a desmayar, sentía cada latido en la punta de sus dedos, como se erizaba a lo largo de la columna y un escalofrió que le sacó de ese portal y la llevo a una tormenta de emociones. Apretó las manos pensado que él podría darse cuenta, intento aguantar  hasta el último segundo y con todas sus fuerzas. Abrió la boca para decirle que iba a subir, que se le hacía tarde pero lo único que le salió fue un beso.
            -Quería otro beso-dijo con la voz temblorosa.
            No se esperaba ese beso, entre su confusión y una pareja de jubilados que salían del portal  gritándole al chucho por su nombre, le susurra:
            -Podríamos despedirnos sin más.
            -¿Y ya?- No se esperaba eso para nada.
            -Es una opción-le dijo disimulando una sonrisa.
            -Y ¿Si quisiera volver a verte?
            -Solo tendrías que decirlo.- Le entregó una tarjeta y le colocó un mechón detrás de la oreja.
            -No esperaba nada de esto cuando baje a spike.
            -Ni yo cuando me acerqué a conocerte.
            -Me debes un café.
            -Es cierto, hagamos un trato, si nos volvemos a ver te lo cambio por una coronita o un tequila.
            -No sabes mi número. -Reprochó ella.
            -Demostré mi interés por ti al dar el primer paso, además, tienes como encontrarme.
            Apretó la tarjeta y la guardo en el bolsillo de la sudadera. Se dio la vuelta y entró en el portal.

            Él saca un cigarrillo mientras deshace sus pasos, se detiene un par de metros antes del semáforo y observa a las personas, que parecen llegar tarde a todas partes.

jueves, 19 de noviembre de 2015

El coleccionista: Venga niña, sonrie.


Sale a la calle y se coloca el cuello del abrigo, sopla en sus manos un par de veces. Siempre le gustó ver el vaho salir entre sus dedos. Busca en el bolsillo izquierdo del abrigo y saca un paquete de cigarrillos, saca uno y mientras se lo lleva a la boca palpa el derecho del pantalón y consigue el mechero. La primera calada no suele catarla, pero el resto es como si pudiera masticar el humo.
Camina sin rumbo fijo pero con paso firme.
Sale a buscar miradas esquivas y sonrisas disimuladas. Besos y caricias. Manos nerviosas y voces titubeantes. Momentos de pasión o una buena conversación. Hay días que solo quiere compartir el atardecer en silencio. Lo perdió y le dolió. Por eso ya no lo quiere entero, se conforma con los retales que se va encontrando.
Termina el cigarrillo y entra en el primer bar que ve. Va directo a la barra y pide un café solo. Se quita el abrigo y lo deja en el perchero mientras da un vistazo al lugar.
La camarera se va cansada, con cara de tener un mal día. Entre cliente y cliente se mira en el reflejo del cristal de los zumos. Él le observa esperando su café, cuando se lo deja en la barra le coge la mano al vuelo y ante la mirada de ira y la torta casi segura le suelta con una sonrisa en la boca:
Disculpa, lo pedí solo y este es con leche.
Lo siento, ahora te lo cambio.
Vale, gracias.
Dos tragos le duró la taza. Deja unas monedas en la barra y una frase en la servilleta. Camina hacia la puerta, sale, mira al cielo y enciende otro. Se gira y ve como la chica coge las monedas y la servilleta, lee la nota y... allí estaba, una sonrisa disimulada.
Deja el cigarrillo apoyado en el cenicero y entra a por el abrigo, y encuentra algo más al final de la barra. Una mirada esquiva hace como que organiza la caja. Se mete en su abrigo, se coloca bien los hombros y se despide. Ella levanta la mano sin decir nada.
Él, sigue sin camino, coleccionando capítulos, de esta  historia sin fin.