jueves, 19 de noviembre de 2015

El coleccionista: Venga niña, sonrie.


Sale a la calle y se coloca el cuello del abrigo, sopla en sus manos un par de veces. Siempre le gustó ver el vaho salir entre sus dedos. Busca en el bolsillo izquierdo del abrigo y saca un paquete de cigarrillos, saca uno y mientras se lo lleva a la boca palpa el derecho del pantalón y consigue el mechero. La primera calada no suele catarla, pero el resto es como si pudiera masticar el humo.
Camina sin rumbo fijo pero con paso firme.
Sale a buscar miradas esquivas y sonrisas disimuladas. Besos y caricias. Manos nerviosas y voces titubeantes. Momentos de pasión o una buena conversación. Hay días que solo quiere compartir el atardecer en silencio. Lo perdió y le dolió. Por eso ya no lo quiere entero, se conforma con los retales que se va encontrando.
Termina el cigarrillo y entra en el primer bar que ve. Va directo a la barra y pide un café solo. Se quita el abrigo y lo deja en el perchero mientras da un vistazo al lugar.
La camarera se va cansada, con cara de tener un mal día. Entre cliente y cliente se mira en el reflejo del cristal de los zumos. Él le observa esperando su café, cuando se lo deja en la barra le coge la mano al vuelo y ante la mirada de ira y la torta casi segura le suelta con una sonrisa en la boca:
Disculpa, lo pedí solo y este es con leche.
Lo siento, ahora te lo cambio.
Vale, gracias.
Dos tragos le duró la taza. Deja unas monedas en la barra y una frase en la servilleta. Camina hacia la puerta, sale, mira al cielo y enciende otro. Se gira y ve como la chica coge las monedas y la servilleta, lee la nota y... allí estaba, una sonrisa disimulada.
Deja el cigarrillo apoyado en el cenicero y entra a por el abrigo, y encuentra algo más al final de la barra. Una mirada esquiva hace como que organiza la caja. Se mete en su abrigo, se coloca bien los hombros y se despide. Ella levanta la mano sin decir nada.
Él, sigue sin camino, coleccionando capítulos, de esta  historia sin fin.

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