domingo, 18 de diciembre de 2011

Castillos... (I)

-Nómada, soy un nómada! Se repetía cada vez que se sentía solo, siempre que la oscuridad y el frío eran mayor que su orgullo, era lo que se decía una y otra vez. -Soy un nómada.
Le bastaba cualquier árbol frondoso, una cueva, cualquier espacio que le protegiera lo mínimo de los elementos. Comía lo que quería cuando podía, aceptaba compañía solo cuando lo deseaba realmente y hablaba solo con su conciencia, quien iba entenderlo mejor que el mismo.
Una madrugada en la que el frío superaba su pobre refugio, decidió que lo mejor era ponerse a andar hasta que la sangre caliente llegara de nuevo a sus extremidades, no podía faltar mucho para que saliera el sol. Si había una cosa que le gustaban eran los amaneceres, los nuevos comienzos, las nuevas aventuras, retos... el calor del sol era muchas veces lo único que le animaba durante semanas.
Esa fría madrugada enfilo una larga pendiente en busca de los primeros rayos del sol, entre la cima y el valle la diferencia de luz superaba la media hora, así que prefirió caminar a su encuentro que sentarse a esperarlo.
Cuando por fin la luz comenzaba a acariciarle las mejillas y las manos pudieron notar el contraste, un amago de felicidad asomo en su labios y se lo repitió. -Soy un nómada!

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